Miré a través de los lentes ajenos y no vi nada
solo una imagen demasiado distorsionada
mejor cerrar los ojos, que siga la simulación
tan común, tan acostumbrada… fatua.
Miles de años de lenguaje humano no han producido palabra que exprese el miedo tan grande que se apodera de nosotros cuando estamos a punto de cambiar
Aun paralizados pero ahí, a casi nada de dar el paso, “ese paso” cuando se sienten los temores como una punzada de metal derretido en el vientre
un balazo de aire en la cabeza
un cañonazo en el corazón
Ni el viento más frío ni el frío más infernal se le comparan
Es la soledad abrupta
Es la consciencia hiriente
la grosera certeza
La sangre se coagula y deja de viajar
los poros se cierran y hasta el cabello pesa
más que el desamor y la rabia
La piel se congela y cuando destella azulada las alas se rehúsan a salir
Los ojos suben, escalando nubes, y se voltean hacia el cerebro escudriñando
desenmarañando
flagelando
y todo este martirio para no ver nada pues justo entonces
nuestro inconsciente nos amarra en los ojos un velo
firme, atemorizante…
La pereza del último esfuerzo fluye ondulante, inmisericorde
y nos rodea ya en el borde, ya ahí donde todo se simplifica y se entrelaza,
se aclara y se complica
nada ha sido tan sencillo y tan difícil jamás
La respuesta te golpea en la cara pero se está muy débil para actuar
y cuando no, erramos… pecamos… retrocedemos
y la santidad que nos caracterizaba, esa ridícula beatitud
se esfuma como la inocencia en plena pubertad
como la ingenuidad en la calle y entonces
todo nos es arrebatado y solo queda el orgullo
o una falsa esperanza tan antiguamente arraigada, rancia,
que produce una molestia disfrazada de hartazgo añejo.
solo una imagen demasiado distorsionada
mejor cerrar los ojos, que siga la simulación
tan común, tan acostumbrada… fatua.
Miles de años de lenguaje humano no han producido palabra que exprese el miedo tan grande que se apodera de nosotros cuando estamos a punto de cambiar
Aun paralizados pero ahí, a casi nada de dar el paso, “ese paso” cuando se sienten los temores como una punzada de metal derretido en el vientre
un balazo de aire en la cabeza
un cañonazo en el corazón
Ni el viento más frío ni el frío más infernal se le comparan
Es la soledad abrupta
Es la consciencia hiriente
la grosera certeza
La sangre se coagula y deja de viajar
los poros se cierran y hasta el cabello pesa
más que el desamor y la rabia
La piel se congela y cuando destella azulada las alas se rehúsan a salir
Los ojos suben, escalando nubes, y se voltean hacia el cerebro escudriñando
desenmarañando
flagelando
y todo este martirio para no ver nada pues justo entonces
nuestro inconsciente nos amarra en los ojos un velo
firme, atemorizante…
La pereza del último esfuerzo fluye ondulante, inmisericorde
y nos rodea ya en el borde, ya ahí donde todo se simplifica y se entrelaza,
se aclara y se complica
nada ha sido tan sencillo y tan difícil jamás
La respuesta te golpea en la cara pero se está muy débil para actuar
y cuando no, erramos… pecamos… retrocedemos
y la santidad que nos caracterizaba, esa ridícula beatitud
se esfuma como la inocencia en plena pubertad
como la ingenuidad en la calle y entonces
todo nos es arrebatado y solo queda el orgullo
o una falsa esperanza tan antiguamente arraigada, rancia,
que produce una molestia disfrazada de hartazgo añejo.
Las palabras justas y necesarias se atoran en la boca
y empujan los dientes hacia adelante
produciendo un dolor indescriptible pero que nada se compara
con las exageradas expectativas,
tan inverosímiles como real es la transformación que está a punto de suceder
y cuando se le pone nombre a todo esto,
cuando se racionaliza lo que nos pasa
la voluntad se evapora y es ahí,
justo ahí cuando…
y empujan los dientes hacia adelante
produciendo un dolor indescriptible pero que nada se compara
con las exageradas expectativas,
tan inverosímiles como real es la transformación que está a punto de suceder
y cuando se le pone nombre a todo esto,
cuando se racionaliza lo que nos pasa
la voluntad se evapora y es ahí,
justo ahí cuando…
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